lunes, 16 de mayo de 2016

QUE NO SE ME ACOSTUMBRE EL CORAZÓN”. (Mary P. Ayerra)

Que no se me acostumbre, Señor, el corazón a ver personas sufriendo en situación injusta. Que no vea normal tropezarme todos los días con hombres y mujeres desplazados, sin casa, sin techo.

Que me sorprenda cada día de este mundo que hemos montado
en el que unos tenemos de todo y a otros les falta también todo.

Que no se me acostumbre el corazón a la mirada triste y perdida, al gesto caído y desanimado, , a las pocas ganas de vivir,
a cualquier deterioro del hermano, que es su grito desde la cuneta de la vida.

Que no se me acostumbre el corazón, Señor, a ver como normal al recién llegado
que cruza el mar para buscar trabajo, al que se ha quedado sin familia o sin misión
y mañana no encontrará salida a su problema.

Que no se me acostumbre el corazón al que llega al albergue, de puntillas,
y nunca ha vivido una experiencia igual y se siente humillado en una fila,
y le avergüenza la situación en que se encuentra y se le caen las lágrimas al entrar en la habitación.

Que no se me acostumbre el corazón, Señor, a creer que me quieres como a ellos,
pues seguro que ellos son tus preferidos y por eso me has puesto en la acogida,
para dar yo contigo la bienvenida y que se sientan a gusto entre nosotros.
Pon ternura, Señor, en mi mirada; pon caricia en mi mano que saluda;
pon misericordia en mi mente que hace juicios; pon sabiduría en mi lenguaje;
pon escucha en mis oídos que reciben.

Hazme anfitrion del hogar del Padre, donde vienen a descansar cuerpos cansados
de esta vida que tan mal hemos montado.
Que no se me acostumbre el corazón, Padre, al dolor del hermano en la cuneta.
Que acaricie su historia con ternura .




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